Cuando, en la puerta del
castillo, apareció la joven infanta acompañada por el hijo menor de la casa, al
parecer desorientada, pidió por el castellano y por él fue atendida su petición
de acogimiento y reposo. Aunque sus ropas y aderezos eran de calidad, la
castellana, siempre celosa, quiso comprobar la veracidad de sus reales afirmaciones
y decidió colocar un guisante entre el sexto y séptimo colchón del lecho de la
infanta. La mañana siguiente en los buenos días se quejó la princesa de su
dificultad para conciliar un poco de sueño por cierta dureza que la había
mortificado durante la noche. Los castellanos dedujeron, sabiamente, que era la
persona de la calidad que decía y nunca se percataron que los guisantes debajo de
la cama, en lugares de Castilla, se usan para atraer la fertilidad y que su
joven hijo también había sufrido toda la noche la incomodidad de tal guisante.
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