Madre, diga usted si miento (1)

En todas las familias, por muy cortas que sean, siempre hay alguien que le sobra fantasía y que encuentran oyentes en cualquier lugar. Tuvo mi padre un primo o tío, carnal al parecer, que jamás usó de escopeta ni cualquier otra arma de fuego porque el maestro le había dicho que las armas las carga el diablo y él con el diablo no quería tener nada que ver; de hecho se pasó toda la vida opositando para sacristán, oficio al que no pudo acceder por un su abuelo algo ateo o descreído según entonces abundaba la fama. Pero las historias que Chán, o Sebastián, contaba eran muy otras ya que presumía de haber sido el mejor cazador de piezas menudas de la comarca: conejos a cientos, perdices sin cuento, palomas torcaces, tordos, gorriones, codornices, erizos, lagartos, ranas, sardas, anguilas, angulas, barbos, tencas, salmones y en años de necesidad, primero los gatos y después los perros pero nunca las ratas a nadie explicó tamaña discriminación. Si su madre estaba presente, siempre con el salmo en los labios: “Madre, diga usted si miento”. La madre, asentía y callaba.

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