VEREDAS
inocentes a que asoma el helecho,
la pálida
flor de árgoma y el madroño encendido,
mis vías
naturales, por donde hubiese ido
de poner el
unísono de humildad a mi pecho.
Lejos, ante
el desfile de ajenas muchedumbres
en ciudades
enérgicas o a solas por los mares,
en los
climas de bruma, en las tierras solares,
junto a
exóticos ríos, al pie de nuevas cumbres
más de una
vez, con lágrimas, interrogo al destino,
que me
alueña del uso habitual de las cosas,
¡pobre de
mí, dulce hábito de las manos mimosas!,
por osar
rumbos, fuera del trillado camino.
Víctima y
elegido de raros pensamientos
y singulares
penas, hollando el rumbo al día,
pienso en
las vidas quietas que hacia la dicha guía
la
costumbre, lucero de parpadeos lentos.
¿A quién
busco, vagando por exóticas plazas,
a sombra de
las góticas flechas, del levantino
alminar y
del mudo tragaluz bizantino,
ademanes que
yerguen en la Historia, las razas?
Mi mocedad
no oyó resonando los bronces
con las
glorias antiguas, ni vio en las sombras viejas,
que de las
torres caen a las nativas tejas,
rumbo a
ningún destino: huí mi puerta, entonces
Pidiendo fui
la lumbre al luminar ajeno,
que, como
fuego fatuo, era brillante y fría;
mas la
hoguera del alma sentí al fin que no ardía
sino con la
centella que brota de su seno.
Llama alada
del mío, la palabra de España
por los
suelos, sin tumbas, en que vagó mi paso.
ardió como
la luz sobre el óleo del vaso
y, lámpara
de amor, se iluminó mi entraña.
Defiendo, en
mi interior, contra enemigos vientos,
la llama que
en mi sueño fue prendida por Roma,
y en ella,
dando al aire de la Patria su aroma,
ovejas de
holocausto, quemo mis pensamientos.
Las ubres luminosas