Booz
se había acostado, rendido de fatiga; todo el día había trabajado sus
tierras y luego preparado su lecho en el lugar de siempre; Booz dormía
junto a los celemines llenos de trigo. Ese anciano poseía campos de
trigo y de cebada; y, aunque rico, era justo; no había lodo en el agua
de su molino; ni infierno en el fuego de su fragua. Su barba era
plateada como arroyo de abril. Su gavilla no era avara ni tenía odio;
cuando veía pasar alguna pobre espigadora: "Dejar caer a propósito
espigas" -decía. Caminaba puro ese hombre, lejos de los senderos
desviados, vestido de candida probidad y lino blanco; y, siempre sus
sacos de grano, como fuentes públicas, del lado de los pobres se
derramaban. Booz era buen amo y fiel pariente; aunque ahorrador, era
generoso; las mujeres le miraban más que a un joven, pues el joven es
hermoso, pero el anciano es grande. El anciano que vuelve hacia la
fuente primera, entra en los días eternos y sale de los días cambiantes;
se ve llama en los ojos de los jóvenes, pero en el ojo del anciano se
ve luz.
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Así
pues Booz en la noche, dormía entre los suyos. Cerca de las hacinas que
se hubiesen tomado por ruinas, los segadores acostados formaban grupos
oscuros: y esto ocurría en tiempos muy antiguos. Las tribus de Israel
tenían por jefe un juez; la tierra donde el hombre erraba bajo la
tienda, inquieto por las huellas de los pies del gigante que veía,
estaba mojada aún y blanda del diluvio.
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Así
como dormía Jacob, como dormía Judith, Booz con los ojos cerrados,
yacía bajo la enramada; entonces, habiéndose entreabierto la puerta del
cielo por encima de su cabeza, fue bajando un sueño. Y ese sueño era tal
que Booz vio un roble que, salido de su vientre, iba hasta el cielo
azul; una raza trepaba como una larga cadena; un rey cantaba abajo,
arriba moría un dios. Y Booz murmuraba con la voz del alma: "¿Cómo
podría ser que eso viniese de mí? la cifra de mis años ha pasado los
ochenta, y no tengo hijos y ya no tengo mujer. Hace ya mucho que aquella
con quien dormía, ¡Oh Señor! dejó mi lecho por el vuestro; y estamos
todavía tan mezclados el uno al otro, ella semi viva, semi muerto yo.
Nacería de mí una raza ¿cómo creerlo? ¿Cómo podría ser que tenga hijos?
Cuando de joven se tienen mañanas triunfantes, el día sale de la noche
como de una victoria; pero de viejo, uno tiembla como el árbol en
invierno; viudo estoy, estoy solo, sobre mí cae la noche, Así hablaba
Booz en el sueño y el éxtasis, volviendo hacia Dios sus ojos anegados
por el sueño; el cedro no siente una rosa en su base, y él no sentía una
mujer a sus pies.
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Mientras
dormía, Ruth, una Moabita, se había recostado a los pies de Booz, con
el seno desnudo, esperando no se sabe qué rayo desconocido cuando
viniera del despertar la súbita luz. Booz no sabía que una mujer estaba
ahí, y Ruth no sabía lo que Dios quería de ella. Un fresco perfume salía
de los ramos de asfódelos; los vientos de la noche flotaban sobre
Galgalá. La sombra era nupcial, augusta y solemne; allí, tal vez,
oscuramente, los ángeles volaban, a veces, se veía pasar en la noche,
algo azul semejante a un ala. La respiración de Booz durmiendo se
mezclaba con el ruido sordo de los arroyos sobre el musgo. Era un mes en
que la naturaleza es dulce, y hay lirios en la cima de las colinas.
Ruth soñaba y Booz dormía; la hierba era negra; Los cencerros del ganado
palpitaban vagamente; una inmensa bondad caía del firmamento; era la
hora tranquila en que los leones van a beber. Todo reposaba en Ur y en
Jerimadet; los astros esmaltaban el cielo profundo y sombrío; el cuarto
creciente fino y claro entre esas flores de la sombra brillaba en
Occidente, y Ruth se preguntaba, inmóvil, entreabriendo los ojos bajo
sus velos, qué dios, qué segador del eterno verano, había dejado caer
negligentemente al irse esa hoz de oro en los campos de estrellas.
1º de mayo de 1859
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