Daniel iba a desayunar en La Fragata con Mercedes, Sonia y Andrés, y en el momento de cruzar Corrientes, vio que los tres ya habían alcanzado uno de sus grandes objetivos: una mesa para cuatro, junto a la ventana.

El 21 de noviembre de 1975, Buenos Aires empezó siendo una mañana fría, soleada, menos húmeda que de costumbre. Como todos los viernes, las calles del centro eran desde temprano un nudo de gritos, bocinazos, apurones, grescas frente a las pizarras de noticias, diarieros que dosificaban su aullido profesional.
Daniel iba a desayunar en La Fragata con Mercedes, Sonia y Andrés, y en el momento de cruzar Corrientes, vio que los tres ya habían alcanzado uno de sus grandes objetivos: una mesa para cuatro, junto a la ventana.
—¿Y qué? —preguntó en un bostezo, mientras se quitaba la bufanda.
Lo recibieron con Clarín y La Opinión, desplegados entre los cafés y las medias lunas.
—¿Así que murió por fin?
—Viejo duro.
—Se ve que no pudo soportar la falta de su amiguete —dijo Andrés.
—¿Qué amiguete?
—¿Cuál va a ser? El Juan Domingo.
—Me ratifico en lo dicho. Viejo duro.
—Éstos siempre son duros. Adenauer, Churchill, Stalin, De Gaulle. Mala hierba.
—Tampoco vas a meter a todos en el mismo saco.
—Sí, en el saco de los durísimos.
—Tengo la impresión de que estás un poco monocorde —dijo Sonia.
—Monocorde y durísimo —completó Daniel, con otro bostezo.
—Mi viejo —dijo Mercedes— destapó anoche un vino de Rioja que tenía reservado para este acontecimiento.
—Flor de bouquet debía tener —dijo Daniel—. ¿Se imaginan? Con cuarenta años de antigüedad.
—¿Así que tu viejo es gaita? —preguntó Sonia a Mercedes.
—No exactamente. Es de Huelva.
—Dejate de matices. Aquí todos son gaitas.
—Gaita de veras era el difunto —dijo Andrés—. Lo dice el diario: nació en el Ferrol, 1892.
Daniel pidió su capuchino con tostadas y echó un vistazo al currículum.
—Que lo parió.
Todos lo miraron.
—¿Se puede saber —preguntó Andrés— a qué obedece ese agudo y sutil comentario matinal?
—A nada en particular. Y a todo. Por ejemplo: a cuánta gente fue liquidando. Aquí dice que firmó doscientas mil sentencias de muerte.
—Carajo y compañía. Adhiero al «que lo parió» del señor diputado.
—Aunque la nota sólo menciona a los conspicuos.
—¿Los qué?
—Los conspicuos.
—Si vos lo decís.
—No sean analfas —intervino Mercedes—. Conspicuos quiere decir los conocidos, los que sobresalen.
—A ver, vos, Sonia —sugirió Daniel—, mencioná tres conspicuos. Sin pensarlo mucho.
—Y bueno: Leonardo Favio, Astor Piazzolla… Y el Lole Reutemann.
—Como feminista sos un fiasco. Ni una donna en el trío, ¿no te da vergüenza?
—¿Y quién te dijo que yo era feminista? No faltaba más.
—A ver, Mercedes. Tres conspicuos.
—Cortázar, Ongaro y Eva Perón.
—¿Sos opa vos? Hablá más bajo, nena.
—Éste ya está con la persecuta.
—¿Y Andresito?
—¿Conspicuos nacionales o conspicuos internacionales?
—No hay caso. Vos siempre mostrás la hilacha de la penetración cultural. Nacionales ¿oíste?
—Ah, nacionales. ¿Cadáveres o vivientes?
—Mejor vivos y coleando. Y basta de prórrogas. Al grano.
—Yo diría, por ejemplo, Guillermo Vilas, que va primero en el Grand Prix…
—¡Oportunista!
—Y Jorge Luis Borges, candidato al Nobel…
—¡Oportunista!
—Y… Atahualpa Yupanqui.
—Te salvaste en los descuentos.
—Y vos, Daniel, que fuiste el introductor de los conspicuos…
—Fácil. Muy fácil. Norma Aleandro, Nacha Guevara y Mercedes Sosa.
—La imaginación al poder, o cóctel Pink Milk Punch. ¿Te acordaste de espolvorearlo con nuez moscada? Después de todo, fuiste el más feminista.
—No vale. Era en joda. Son tres conspicuas, claro, pero yo pregunto como test. La respuesta sólo es válida si es espontánea. Y la mía no fue espontánea.
—Así que joda ¿eh? Ya te habría dado joda el finado del Ferrol.
—Requiescat in pace.
—Oremus.

Mario Benedetti
Geografías

En Geografías, libro íntegramente redactado durante su exilio español, el autor reúne catorce cuentos y otros tantos poemas, agrupados en dúos afines, colocando cada uno de esos pares bajo el resguardo de un membrete geográfico. Pocas veces se ha conseguido como en este libro recrear con tanta ternura, con tanto sentido del humor y tanta penetración un universo cotidiano a menudo traspasado por las lanzadas del sufrimiento.

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