Calló el paje para sonarse con un gran pañuelo amarillo, de los que dicen de dos hierbas, y tengo para mí que más que sonarse lo que hizo fue enjugar dos lágrimas. Y con voz velada por la emoción, prosiguió:
—Me pasaba los días en el puente y en las orillas del río, descuidando el chocolate de mi amo, y me olvidaba de sacarle brillo a las hebillas de plata, poner a refrescar el vino, engrasar la escopeta, y todas mis obligaciones quedaban para mañana. ¡Y Anglor no volvió el San Juan de hogaño! ¡Quizás Anglor no vuelva nunca! Y por temor de que tan triste cosa suceda, ¡no volver a verla!, peregrino a Compostela, y de camino me distraigo enseñándole a este mirlo una tonada dolorida que compuse en Sahagún, en la posada aquélla, y cuando el mirlo la tenga bien sabida lo soltaré, para que sea maestro de otros mirlos y todos ellos la canten, parleruelos. Y así sabrá todo el mundo cómo ama y amará siempre a Anglor, la princesa del río, el paje François, más conocido por Pichegru en la antigua ciudad de Aviñón en Provenza, la del hermoso puente.
"Merlín y familia" de Álvaro Cunqueiro
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