Los tres quitasoles del obispo de París

Abiertos los bultos, que venían muy hechos y con siete cuerdas, aparecieron tres grandes paraguas, el uno blanco, el otro amarillo y el otro carmesí, y a cada uno lo fue besando don Merlín en el puño, que era de ébano el del blanco, de plata el del amarillo, y el carmesí de oro.
—Son muy hermosos quitasoles —dijo mi amo—, y quizá no los tiene tan aparentes el Papa de Roma. Lo que vuestro obispo me pide es fácil, y lo voy a hacer en un tris. El quitasol blanco, como sabéis, se llama de «Sal-el-Sol», y en abriéndolo el día de Nuestra Señora de Agosto, aunque llueva, queda una mañana soleada para la procesión. El amarillo, que se llama «Mirabilia», es un quitasol muy secreto, y sólo se usa en Pentecostés, y cuando está a su sombra vuestro obispo, habla y entiende todas las lenguas, y puede confesarse bajo él un mudo, que vuestro obispo lo escucha. Y el carmesí, éste sirve para viajar en la noche, y el que va debajo de él, abriéndolo en la noche cerrada, ve como si fuese de día. Mejor que quitasol se debía de decir quitatinieblas, y tiene por nombre «Lucero». Ya otra vez a éste, cuando era propiedad de don Lanzarote del Lago, le arreglé dos varillas que se le soltaron, y al primer arreglo no salió con sus virtudes, y en vez de verse como de día, no se veía nada, ni las luces encendidas en la noche. Toda la ciencia de estos quitasoles y del quitatinieblas está en las varillas.
Y mientras yo servía a los visitantes algo de vino y jamón, como si fuera paragüero de Orense trabajó mi amo en los paraguas, y en un amén los dio por arreglados, que, según él, sólo tenían una varilla floja y otra salteada. Los abrió y cerró, diciendo no sé qué letanías, y sonrió y le dijo al de la perrera con mucha autoridad:
—Mosiú Castel, dile a tu obispo que no le cobro nada por el arreglo, pero que el día de Pentecostés próximo, abriendo el quitasol amarillo, no deje de poner por apunte la lengua maga, especialmente en lo que toca al nombre de los metales y las esencias preciosas, que quiero terminar de leer un libro «de ocultis» que aquí guardo, y en el que está toda la tertulia de los caldeos. Y dile también que no gaste la virtud del «Lucero» en cachear tesoros en las cuevas y ruinas, que el quitatinieblas no fue hecho para eso, sino para seguir en la noche, por el camino de Emaús, las huellas de Jesús, Nuestro Señor.

Álvaro Cunqueiro “Merlín y familia”

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