"A las pinturas de cosas, que también se llamarían luego “naturalezas muertas” o “bodegones” en su caso cuando se pintan cocinas, despensas o salas de yantar, que son muy otra clase de pinturas, se las denominó primero “pinturas de silencio” o “pinturas calladas” o “quedas”, y el pintor parece haberlas puesto ahí, ante nuestros ojos, como para entregarnos el estar en el mundo en el mundo con su fragilidad de cosa
Las cosas, en estas pinturas, están ahí, solas en su soledad de cosas. Aunque en esa su soledad misma, simplemente por ser cosas, tienen memoria de hombre, de tacto de unas manos o unos labios de hombre, y ellas mismas, al separarse, han dejado en el hombre huella: quizás sólo un rasguño en el alma, pero puede ser que también un gran boquete. Y hay otras cosas que parece que esperan acompañar y ser acompañadas, y tienen una soledad de espera.
Pero también están las cosas que son “desechos”, cosas raídas, gastadas, destruidas, “andrajos del tiempo” que dice un verso de John Donne; sin brillo ya, deshilachándose, con la señal roja de la herrumbre: pañizuelos, platos, palmatorias, candiles, un cobre, un cuenco de madera, una jarrita de barro, un vidrio quebrado, un arconcillo, pluma y papel para escribir, unas despabiladeras antiguas, un cabo de vela en su consumación extrema, un trozo de lacre, un vestido que encogió de pronto, o se rasgó. Y están, en fin, las cosas encontradas que son nada pero nos encandilan; y el caso que quien mira esas “pinturas calladas” o “pinturas de cosas” es arrastrado a su mundo también callado, aunque hay pinturas de cosas de cosas” que no son tan calladas, como por ejemplo, el bodegón de los barquillos de Baugin, o el bodegón del cardo de Sánchez Cotán, o el bodegón de los cacharros de Zurbarán y éstos hablan, pero mucho más otros que están realmente incluidos en cuadros como parte de ellos.
¿Se acabó el silencio de esta pintura de cosas en nuestro mundo, porque no se encuentran, para pintarlas, las que son lo suficientemente pequeñas y humildes como para que la belleza las envuelva, aunque sea con su ausencia? No, pero lo cierto es que la relación profunda del hombre con las cosas, y de éstas con él, se ha roto. El hombre de nuestro tiempo quizás ya no quiere o se ha resignado a no tener cosas, porque, en general está rodeado de demasiados objetos absolutamente indiferenciados e idénticamente repetibles. Están hechos o fabricados ya con una indiferenciación objetiva: cántaro añadido a cántaro, plato a plato, como una inmensa repetición de lo mismo, día a día, objeto a objeto, que es el mismo objeto repetido y multiplicado, no cosa. Aunque, naturalmente, mientras haya hombres habrá cosas y recuerdos y silencios ante ellas. Y pinturas quedas, porque habrá un pañizuelo, un vaso de agua, una carta y un lirio. Y esto significará algo para alguien."
A la luz de la Candela
José Jiménez Lozano
(Publicado en El Adelantado de Segovia y escuchado en una conferencia en la Fundación March)
No hay comentarios:
Publicar un comentario