¿Quién lo iba a decir? ¡Hasta los
inmortales se mueren en algún momento! Cualquier lector medio recordará aquello
de
“Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo. Macondo era entonces una aldea de veinte casas de barro y cañabrava construidas a la orilla de un río de aguas diáfanas que se precipitaban por un lecho de piedras pulidas, blancas y enormes como huevos prehistóricos. El mundo era tan reciente que muchas cosas carecían de nombre, y para mencionarlas había que señalarlas con el dedo. Todos los años, por el mes de marzo, una familia de gitanos desarrapados plantaba su carpa cerca de la aldea, y con un grande alboroto de pitos y timbales daban a conocer los nuevos inventos. Primero llevaron el imán.”
Cualquier chancro de
mierda acaba con cualquier inmortal aunque no lo entendamos ni Muñoz, ni Borges,
ni yo. Y, otra cosa, ¿los hielos no eran fríos, azules y eternos en los polos?
(Si alguno no entiende esto le hago notar que las palabras fundamentales son:
barro y cañabrava)