Breve información sobre los Arribes del Duero.


La zona que tratamos, conocida en toda la provincia con el nombre de «La Ribera» o «Los Arribes del Duero», se encuentra en el rincón NO. de la provincia de Salaman­ca, a todo lo largo de las orillas izquierdas del Tormes y Duero, hasta la entrada de éste en Portugal por el término de Fregeneda.
Aunque «La Ribera» está constituida solamente por el terreno directamente colindante con el río Duero, al ser ésta una guía turística, ampliaremos la comarca hasta la presa de Almendra.
Las tierras alejadas de los ríos presentan una larga y suave pendiente hacia ellos y es donde están asentados los núcleos de población. La parte inmediata a las corrien­tes de agua, es escarpada, de pendiente brusca, exube­rante de vegetación: enebro, hojaranzo, jara, almendros, limoneros, naranjos, cerezos, guindos, chumberas, cac­tos. Estas vertientes, de terreno escabroso y vegetación subtropical, es lo que los naturales llaman «arribes», de­nominación que se ha generalizado en estos últimos años.
Dentro de la poca altitud media de la Ribera, el terreno va descendiendo, a medida que avanza el río, para inter­narse en Portugal, y así, desde cerca de los 700 metros sobre el nivel del mar, en que se encuentra situada la presa de Almendra, en el norte de la zona, se baja si­guiendo el curso de los ríos Tormes y Duero, hasta los 300 metros de Fregeneda, lo que repercute visiblemente en el clima y vegetación.
Por la diferencia de clima y cultivos, La Ribera se dis­tingue marcadamente del terreno que la rodea, y así, en cuanto desaparecen el olivo, la vid y el almendro, termina la tierra propiamente riberana, que tiene a todo lo largo del río una anchura de 6-8 kilómetros, de los cuales 2-4 lo constituyen los arribes.
Desde la presa de Almendra a Fregeneda, los dos ex­tremos de la comarca, hay una distancia en línea recta de unos 60 kilómetros, que se convierten en 85 siguiendo las sinuosidades de los ríos; pero a causa de lo abrupto del terreno, el que quiera conocer La Ribera pasando por todos los pueblos, tiene que recorrer más de 125 kilóme­tros de accidentada carretera.
La zona comprendida entre los ríos Huebra y Águeda, o sea Hinojosa y Fregeneda, están mucho más relaciona­das con el Abadengo (comarca de Lumbrales) que con los pueblos riberanos propiamente dichos.
BREVE RESEÑA HISTORICA
Esta zona ha estado habitada desde muy antiguo; lo prueban los restos prehistóricos que se encuentran: Pin­turas rupestres junto a Los Humos y en Risco de Bermellar; el taller neolítico en Vilvestre y restos ibéricos y romá­nicos en casi todos los pueblos de la comarca. En el lugar donde está enclavado el actual Salto de Saucelle, hubo un poblado de los Vetones.
Se sabe poco de la repoblación de esta comarca. Qui­zás la que más influyó fuera la repoblación de Ramiro II, que supuso la llegada a estas tierras de «galleci» o «gallizianos» y de aquí la frecuencia del nombre Gallegos en la toponimia y en los patronímicos.
Una vez repoblada La Ribera, siguió una vida pacífica, sin intervenir en los conflictos de Castilla, a causa de lo apartado de las vías de comunicación más frecuentes; sin ser molestada tampoco por los portugueses (salvo al­gunas incursiones en Fregeneda), defendida como está por el formidable obstáculo natural del Duero.
CLIMA
En esta comarca hay que diferenciar dos clases de clima. Las tierras más lejanas al río Duero, tienen un cli­ma continental, parecido al del resto de la provincia; por el contrario, la parte de «los arribes» experimenta unas temperaturas muy suaves, variando en tiempo de invierno hasta cinco y seis grados desde las tierras altas, despeja­das y abiertas a todos los vientos, a las orillas del río, tierras que están al abrigo.
Para el futuro viajero la época ideal para visitar esta zona, es en las estaciones de primavera y otoño; en la primera, la vegetación adquiere los tonos más hermosos, a causa de la floración de sus variadas plantas; en otoño, predomina en sus campos el amarillo-morado de las ho­jas de sus numerosos viñedos después de la vendimia.
En el estío, las tierras bajas llegan a alcanzar tempe­raturas muy elevadas.
ARTESANIA
Las actividades artesanales se reducen a la fabrica­ción de cestos y banastas de mimbres. Bordados, encajes y puntillas se realizan en casi todos los pueblos de la zona. Las botas de cuero para el vino, en Villarino. Las típicas mantas de tiras, en Masueco y Lumbrales.
Especial interés reviste el traje típico de Aldeadávila de la Ribera. Su jubona, rebocillo (de terciopelo), manteo (abierto y cruzado atrás), mandila (con volantes de seda natural), cintas del culo, cintas de la cabeza (blancas o de color de seda natural); todos ellos bordados con lente­juelas y flecos dorados. Calcetas blancas con dibujos de picos y zapatos negros bordados con lentejuelas; además de las horquillas de los rodetes de plata y los hilos y colla­res de oro.
GASTRONOMIA
En el terreno gastronómico hay que destacar: las ex­celentes carnes de ternera, cordero y cabrito, que se dan en los finos pastos de estas tierras. Los sabrosos chori­zos y salchichones regados con los inmejorables vinos de La Ribera.
Los típicos hornazos en dos variedades: En la zona baja, rellenos de embutido, como el de Fregeneda y pue­blos vecinos; el hornazo de pan dulce en la parte alta de la comarca, principalmente en Aldeadávila.
La ensalada típica de toda la zona es la de regajo, moruja o pamplina.
Es famoso el queso de estas tierras, fabricado artesa­nalmente en todos los pueblos y en las fábricas de Hinojosa.
Por lo que se refiere a los dulces, merecen destacarse los fabricados con almendra, producto muy abundante en toda la zona, como son: los repelaos, el queso de almen­dra y el piñonate (rosca); las deliciosas perronillas, mag­dalenas y obleas. En ningún convite de celebración festi­va pueden faltar los sabrosos «chochos» (altramuces).
FIESTAS
Destacan por orden cronológico; en Hinojosa, el 24 de junio, San Juan; Villarino, 16 de agosto, San Roque; Lumbrales, el tercer sábado de agosto, y las de Aldeadávila, el 24 de agosto, San Bartolomé. El protagonista prin­cipal de estas cuatro fiestas es el toro. Son famosos los encierros con caballos de Aldeadávila y de Lumbrales. En todas ellas, las capeas y corridas gozan de gran entu­siasmo y participación popular.
Otras fiestas de tipo religioso son: Las Candelas en Fregeneda; la Virgen del Castillo en Vilvestre; Las Madri­nas en Saucelle el primer domingo de octubre, y la dedi­cada a la Virgen del Árbol el día ocho de septiembre en Mieza; en estas dos últimas se ofrece la famosa rosca piñonate y se danza el baile de la bandera.
Merecen citarse las fiestas de Santa Cruz y San Blas en Masueco y Corporario respectivamente.
Por último, mencionaremos la famosa romería a la Vir­gen del Castillo en Pereña, que se celebra con gran devo­ción y alegría en dicha ermita el día 14 de mayo.
CAZA Y PESCA
CAZA: La caza menor es muy abundante en toda la comarca. Las capturas principales son: perdiz, conejo, lie­bre y tórtola.
PESCA: El embalse de Almendra en el río Tormes, es un paraíso para los pescadores de carpas y black-bass.
Río Duero: En los dos embalses, los de Aldeadávila y Saucelle, y hasta la desembocadura del Águeda en Vega Terrón, son muy abundantes los barbos, bogas, carpas y anguilas.
Río Uces: Cangrejo y sardas.
Río Huebra: Barbos, bogas y anguilas.
Río Camaces: Cangrejo y sardas.
Río Águeda: Barbos, bogas y anguilas.
Para que el viajero tenga una idea clara de los distin­tos parajes de interés turístico que puede visitar, los ire­mos describiendo de norte a sur; siguiendo el curso del río Tormes hasta su desembocadura, y del Duero hasta su entrada definitiva en Portugal.
Partimos desde los núcleos de población en cuyos tér­minos se encuentran estos parajes. Damos también una breve reseña de los pueblos más importantes de la zona.
Un gran lago artificial, de 2.413 Hm.3 de capacidad útil (para Iberduero), que supone una reserva energética de 3.121 GWh. La anchura en algunos tramos llega hasta casi los ocho kilómetros. Más que embalse, parece un mar, en el que se puede practicar toda clase de deportes náuticos.
La presa, construida entre el término de Almendra y la provincia de Zamora, tiene casi tres kilómetros y medio de larga, por una altura de 197 metros.
Desde esta inmensa mole de hormigón, mirando hacia Portugal, se contempla el lecho del río, que deja ver un impresionante vacío desafiando con su grandiosidad la obra artificial contigua.
De este embalse se alimenta la central de Villarino por medio de una galería, de 15 kilómetros, perforada a 130 metros de profundidad.
Por la carretera que une a Trabanca con el zamorano pueblo de Fermoselle, bajando hacia el río, se pueden divisar paisajes que son prolegómenos de los famosos Arribes del Duero.
Cerca del cauce casi seco del Tormes, en las proximi­dades del antiguo puente, puede desintoxicarse el viajero, de los cotidianos ruidos, pasando unas apacibles horas de silencio y soledad.
Es la primera población que nos encontramos, y se puede decir que es la Puerta de La Ribera.
Municipio rejuvenecido, gracias a la instalación de la central hidroeléctrica de su nombre, pero que conserva las características de los pueblos ribereños: Su artística iglesia, calles inclinadas y bodegas particulares.
Posee cooperativas vinícolas y de aceite, que son las principales fuentes de ingresos de sus habitantes. Cuenta también con un centro cultural y una moderna piscina.
En su casco urbano se encuentra el balcón de «La Faya» desde donde se divisa una amplia vista panorámi­ca, que alcanza hasta el vecino país lusitano.
El Teso de San Cristóbal: dista unos cuatro kilóme­tros desde la entrada de Villarino; por un camino de tierra se llega al montículo, donde nos encontramos las ruinas de una antigua ermita y casa de ermitaño, y restos de sepulturas antiquísimas. Desde la Peña Oscilante o «Peña del Pendón», hacia el norte, contemplaremos una panorámica del último tramo del río Tormes, antes de que sus aguas se mezclen con las del Duero. Si dirigimos nuestra vista al suroeste, divisamos una gran extensión de viñedos con el pueblo al fondo. Un lugar que merece visitarse, máxime si nos unimos a la romería, que se cele­bra el lunes de Pascua, para dar buena cuenta de los sabrosos embutidos y vinos de la zona.
«Ambas Aguas» o «Entrambasaguas»: Partiendo del pueblo y por un camino de tierra, estrecho y empinado, tras un recorrido de unos cuatro kilómetros, se llega a este tranquilo lugar llamado así, porque es donde se funden las enturbiadas aguas del Duero con las del Tormes. En este lugar se puede disfrutar de un apacible día de pesca en ambos ríos. Aguas arriba, casi a tiro de piedra, se ve la portuguesa presa de Bemposta; paso fronterizo abierto al tráfico; se llega hasta él, desde Fermoselle, pueblo de la provincia de Zamora. Este lugar también se divisa desde el «Teso de la Bandera», alto de difícil acceso.
Unido a Villarino se encuentra el poblado de Iberduero denominado «La Rachita», cuyas casas ajardinadas y sus vistas paisajísticas, constituyen un pintoresco y pacífico rincón habitado.
Saliendo de Villarino para seguir la ruta de la zona, nos encontramos un gran cilindro de hormigón; es el pozo a donde llega el agua desde el embalse de Almendra. Desde aquí, en una caída de 402 metros, llegará el agua a la central, cuyas seis turbinas tienen una potencia de 810.000 KW; y una producción anual media de 1.376 GWh. Junto al pozo se encuentra la salida de líneas de la central.
La carretera, por donde acarreaba «la vinagre» el fa­moso burro de la canción, nos lleva a Pereña; bonito pue­blo donde destaca la iglesia con una original torre, y un antiquísimo arco de piedra que da entrada a la plaza.
Sin lugar a dudas, el paraje más turístico y co­nocido de su término mu­nicipal, es la ermita de «La Virgen del Castillo», situada en un castro ibéri­co. Se llega hasta ella por un camino de zahorra, asfaltado en su último tra­mo, precisamente la subi­da al teso. Una explana­da alrededor de la ermita con numerosos árboles, donde recientemente se han instalado unos grifos, invitan a pasar un día en contacto con la naturale­za. Desde la ermita se contempla un asombroso paisaje, con el Duero a los pies, a cuatrocientos metros de profundidad, como testigo mudo de una leyenda mila­grosa: la aparición de la imagen de la Virgen. El día de la romería (14 de mayo), multitud de devotos acuden a cum­plir sus promesas, en todos los medios de transporte que se pueden imaginar, principalmente a pie.
«El Pozo de los Humos»; «El Humo del Uces» o sim­plemente «Los Humos»: A mitad del camino entre Pereña y Masueco, hay que cruzar el río Uces, cuyas aguas, salvando vertiginosas pendientes, se dirigen alocadas hacia su gran señor: El Duero. En el tramo final del río hallaremos una gran cas­cada, entre cuarenta y cincuenta metros de caída, que en tiempo de grandes crecidas es un espectáculo peculiar, rodeado de un paisaje agreste y sobrecogedor. Mismo enfrente de la cascada hay una especie de cueva donde se encuentran pinturas y restos prehistóricos.
Doscientos metros aguas abajo, encontraremos otra caída de agua mucho más alta que la ya citada; es donde muere el arroyo procedente de Masueco.
A este inigualable paraje se puede acceder por dos itinerarios: A) Por el camino del Cueto, que arranca desde el casco urbano de Pereña y por el que se puede llegar con vehículos hasta cerca de la cascada. B) Dejando los medios de transporte mecánicos en la carretera, y el últi­mo tramo hacerlo a pie siguiendo el cauce del río Uces.
En esta misma carretera, muy cerca del puente que salva el río, se encuentran también «Las Cachoneras del Uces»; unos rápidos de las aguas entre peñascos y preci­picios.
En el tramo del Uces, en su término municipal, existen numerosos molinos derruidos; pero sus pesqueras facili­tan lugares de baño y pesca.
Hallamos una bonita ermita a la entrada del pueblo.
En el centro de La Ribera y considerada como el cora­zón de Los Arribes, se encuentra esta típica población, cuna de cultura y tradiciones.
El pueblo, situado en la ladera de un teso, orientado hacia el norte, contempla sus extensos viñedos; al fondo tierras y poblaciones portuguesas.
Destaca en Aldeadávila su esbelta y bella torre del siglo XVI, desproporcionada en altura con el resto de la iglesia, emplazada en el centro del casco urbano.
Son dignas de destacar las ermitas del Santo Cristo y de La Santa. La fachada del Palacio habla de su aristo­crática construcción; y un sin número de sólidas mansio­nes, mezcladas con modernas casas, nos certifican la his­toria y progreso de este bello rincón riberano.
Encontraremos también una bodega cooperativa, fá­bricas de aceite y un moderno y coquetón polideportivo.
Lo verdaderamente turístico son los numerosos puntos desde donde se divisan las profundidades del río Duero.
Todos los parajes que citamos a continuación tienen un fácil acceso, bien por caminos de zahorra, bien por carretera asfaltada.
«El Rostro»: Dista unos cuatro kilómetros desde Corporario (población aneja de Aldeadávila y casi unida a ella); es una península abrazada por el río en la que re­cientemente se ha construido una playa artificial.
«Puerta de la Rupurupay», «El Caracol», «El Jejo», «Rupitín», «Fuente Frasquito», «Estrongajal»: son para­jes de espléndidas e impresionantes vistas, donde no es raro encontrar buitres y águilas planeando a nuestros pies.
«La Carrocera» donde ha entrado la mano del hombre y se está instalando el parque de la nueva salida de lí­neas de Iberduero.
Pero, sin lugar a dudas, las mejores vistas las encon­traremos en el «Picón del Águila» y «Picón de Felipe», este último hizo exclamar a don Miguel de Unamuno: «Es el paisaje agreste más bello e impresionante de España».
«EL SALTO» (Complejo hidroeléctrico): En el término de Aldeadávila se encuentra el complejo hidroeléctrico más importante de España.
En un profundo tajo, cerca del «Picón de Felipe» ante­riormente mencionado. Iberduero construyó una bonita presa de 140 metros de altura. Junto a ella, en las entra­ñas de las rocas, se alojan los alternadores de la central de Aldeadávila; con una potencia de 718.200 KW, que ponen en el mercado una producción de 3.500 GWh en año medio. Su insólito y atrevido gigantismo recuerdan todavía al visitante toda una historia dramática de sacrifi­cios, esfuerzos y conquista del hombre.
Ahora también está en construcción, la ampliación de dicho Salto; una nueva central con 400 megavatios de potencia en dos grupos reversibles.
A dos kilómetros de estas centrales, en un tranquilo lugar habitado desde muy antiguo por monjes francisca­nos, encontremos el poblado de Iberduero; unas conforta­bles viviendas donde se ha respetado la fauna natural, rodeadas de olivos, naranjos y limoneros que proporcio­nan un bello paraje.
El antiguo convento de «La Verde», convertido en mo­derna hospedería e iglesia, guarda todavía los ecos gre­gorianos de los franciscanos.
La ermita de Santa Marina con la leyenda medieval de esta pastorcita perseguida por los moros.
Al fondo la península de «El Cuerno», donde se ob­servan los restos de los barracones construidos para la primitiva obra.
Siguiendo la ruta hacia el sur, dejando a la izquierda «Peñahorcada», el punto más elevado de la zona, llega­mos a Mieza.
En el centro del pueblo destaca su primitiva iglesia que data del año 1507 y su torre de 1797. También en­contraremos dos ermitas dedicadas al Santo Cristo y a la Virgen del Árbol.
Sin duda alguna, el viajero que llega a Mieza va bus­cando «El balcón de la Code» y el «Mirador». Se llega hasta ellos por un estrecho camino. En este lugar tendremos a nuestros pies una gigantesca falla de casi setecientos metros de profundidad; al fondo, el Duero hecho embalse. Mirando al norte se con­templa el Salto de Aldeadávila descrito anterior­mente. Si se quiere de­sentumecer las piernas, quinientos metros de ba­jada desde el Balcón y se llega al «Llanito de la Pu­lida».
Otros parajes dignos de visitar en el término de Mieza son: «La Peña la Salve», «La Peña el Águila» y «El Carrascal»; este último es un monte con arbolado muy tupido, alcornoques y encinas milenarias, donde no es de extrañar que nos salga alguna pareja de jabalíes con sus rayones.
Población cuyas reservas minerales de wolframio y scheelita (chilita) son las más importantes de España, y están pi­diendo a gritos su inmediata explotación y así contribuir a mejorar la economía de la zona, como pasó en un tiempo no muy lejano.
A la salida del pueblo, camino de Vilvestre, encontra­mos una bella ermita dedicada al Cristo de las Mercedes.
Apacible pueblo de auténtico tipismo ribereño. Una bonita espadaña corona su artística iglesia. Casas con develas góticas; dominando todo este rincón urbano, ve­remos con la imaginación allá en lo alto, el castillo, ahora completamente derruido.
En el teso donde anti­guamente estaba instala­do dicho castillo, encon­traremos una ermita construida en 1757 y re­cientemente restaurada. Frente a la ermita, un ar­tístico crucero de piedra tallada. Al lado opuesto del montículo hallaremos el taller neolítico más im­portante de España y qui­zás de Europa. Desde este alto, disfrutaremos de una espléndida pano­rámica del Duero, con las tierras lusitanas al otro lado del río.
Otros lugares dignos de visitar son: «Monte Gudín» y «Castillo de la Orbona».
Desde Vilvestre se desciende por un camino de zaho­rra hasta el reculaje del embalse de Saucelle.
Situado en una altiplanicie entre dos profundas co­rrientes de agua el Huebra y el Duero se encuentra este tranquilo y apacible pueblo.
Tiene una iglesia del siglo XV, donde se conservan un crucifijo y tablas del XIII. Unas arregladas calles y un mo­derno y espacioso polideportivo, ofrecen al visitante pasar unas horas de descanso. En sus alrededores hallaremos lugares que nos ofre­cen magníficas vistas paisajísticas: «El Peñedo» a 200 metros del casco urbano, desde donde se alcanza a ver: Vilvestre, Barruecopardo y Saldeana.
«Los Silos» se divisa el embalse y Freixo de Espada à Cinta (Portugal).
Arribes del Huebra, lugar de difícil acceso, donde se encuentran pinturas rupestres en el «Risco de Bermellar», «y «Las cuevas de la Palla».
A «Las Janas», se llega por camino de tierra y se dis­fruta de los más bellos panoramas: «El puerto de la Moli­nera», «El Cachón del Camaces», la unión de este río con el Huebra, y también se alcanza a ver el tramo final del río Duero.
Al salir de Saucelle se pueden tomar dos rutas que nos lleven a Hinojosa: A) Hacia el sur, por la serpenteante carretera del Puerto de la Molinera, y pararse a contem­plar cómo el Camaces se despeña en su famoso «Ca­chón», antes de morir; B) Seguir al oeste en una repenti­na bajada de unos 550 metros de desnivel que llega al poblado del Salto.
EL SALTO DE SAUCELLE: Situado en el paraje deno­minado Espadacinta donde ya habitaban los Vetones,
Iberduero ha construido su última presa en el cauce del Duero. Tiene una altura de 83 metros, que alimenta una central de cuatro grupos con una potencia instalada de 285.000 kilovatios.
En la misma confluencia del Huebra y el Duero, el poblado del Salto, remanso de paz entre sus ajardinadas casas, su coquetona plaza y el aroma que exhalan naran­jos, limoneros y las amarillentas chumberas.
Núcleo situado en una semillanura y coronado por un cerro, donde descuella una imagen del Sagrado Corazón y bella ermita románica.
En el centro del pueblo encontramos una artística mansión, «La casa de la Ciriaca» y «El Portalito», junto a correos.
En su extenso término se hallan las ruinas de San Leonardo, antiguo pueblo destruido por los franceses.
«El Moncalvo», «La Cabeza de San Pedro», teso don­de unas ruinas de castro ibérico y de iglesia románica, nos delatan la habitabilidad de estas tierras desde muy antiguo; y «La Peña de la Vela». Todos son elevaciones que vigilan los ricos pastos de estas tierras ganaderas.
Una prolongada y pendiente carretera, rodeada de ve­getación auténticamente mediterránea, une Hinojosa y el Salto de Saucelle.
Es el último pueblo de Los Arribes del Duero.
Sus habitantes están orgullosos de la iglesia, barroca en su interior y cuya primera construcción es anterior al 1476; la torre construida en el siglo XVIII; de sus casas con bellas y antiquísimas portadas y puertas; y de su fuente y empedrado romano.
Son verdaderamente bellos sus alrededores:
El recorrido de la vía férrea, que desde la estación al puente internacional tiene veinte túneles, algunos de ellos de unos dos mil metros de longitud, y diez puentes; desde algunos tramos de este recorrido se pueden observar los célebres cañales en el Águeda.
«Peña Redonda», «Mesita los Curas», «La Torreta» y «Tumbo la Caldera» son lugares turísticos a donde se puede llegar por caminos de tierra y, a alguno de ellos, el último tramo a pie.
La mina de estaño próxima al Duero donde en perfo­raciones a 270 metros salen chorros de agua sulfhídrica a treinta grados.
Finalmente merece mención especial el «Muelle de Vega Terrón:  antiguo y futuro puerto fluvial en la confluencia del
Águeda y el Duero. Los audaces pueden pasear por un tramo del puente internacional del ferroca­rril ya sin servicio. Este es un lugar donde se puede acampar y disfrutar de un suave clima, que hace florecer a los incontables almendros de la zona casi un mes antes que los del resto de la comarca.
Aunque no pertenece a la comarca de Los Arribes, citaremos en esta guía a Lumbrales por ser la capital del Abadengo. Conserva una magní­fica iglesia de estilo herreriano. La Casa de los Condes con sus artísticos artesonado y rejas.
Posee Lumbrales una confortable piscina.
En sus alrededores se pueden visitar «Las Navalito» (cerca de la mina) donde encontraremos restos arqueológicos; y «Las Merchanas», lugar próximo al río Camaces, que es un castro ibérico.
Situado al Oeste de la Provincia de Salamanca, frente a la raya de Portugal y separado de esta por el cauce del río Águeda, abrupto y escabroso como las arribes del Duero, forma parte de esa región salmantina, muy pecu­liar por sus características orográficas, climáticas y paisa­jísticas, conocida como las «Arribes del Duero». Es una Villa histórica y monumental llena de huellas del pasado que se mantienen gracias a una rica y larga tradición.
La plaza del castillo con su hermosa torre del homena­je; la Iglesia Parroquial con su puerta románica y otros elementos góticos en su interior que albergaba interesan­tes tesoros artísticos pero que desaparecieron en el in­cendio del año 1887. El convento de la Pasión con su iglesia de reminiscencias portuguesas, la ermita del rosa­rio, la ermita de Jesús Nazareno, la casa que fue el hospi­tal de la misericordia y las casas con sabor a viejo donde no faltan los escudos.
Santa Cruz: organizada por la cofradía de Jesús de Nazareno que cuida de la imagen del mismo nombre que se venera en la antigua ermita de la Vera Cruz (3 de mayo).
El Corpus: organizada por la cofradía del Santísi­mo que cuida de la custodia, destacan en ella la proce­sión por las calles sembradas de tomillo y engalanadas con los pequeños altares. El Noveno: fiesta de toros que conmemora la libe­ración de los tributos que este pueblo junto con los de Ahigal y Puerto Seguro pagaban a los duques de Alba. Destacan en ella los encierros a caballo de los toros, la plaza cerrada con carros sobre los que se instalan los palenques y los desencierras por las calles del pueblo. 11 y 12 de mayo.
Historia. 
La Villa de San Felices de los Gallegos o Sahelices el grande, con antecedentes Vetones y romanos, fue funda­da por el obispo don Félix de Oporto en el año 690 que trajo para ello una colonia de gallegos. Andando el tiempo el rey don Dionisio de Portugal, la reedificó y levantó forta­leza el año 1296. Dicho rey, casando la hija, doña Cons­tanza, con Fernando IV de Castilla, la dio en dote, donde hoy permanece. A finales del siglo XIII año 1291, San Felices era Villa según el documento más antiguo que se encuentra en el archivo municipal del rey don Sancho IV el Bravo y por el que se instituye el mercado. Por litigios entre los reyes de Castilla y Portugal, San Felices pasó por dos veces de la corona de Castilla a la de Portugal. Fue Señorío de la casa de Alburquerque, acogió en difíci­les momentos a la infanta doña Beatriz esposa del Conde don Sancho y a su hija doña Leonor de Castilla, que más tarde sería reina de Aragón, madre de cuatro reyes y abuela de don Fernando el Católico. Con ella se inicia un siglo en el que San Felices pertenece y es tutelada por reyes que la defienden con sus privilegios (Enrique II, Juan I, Enrique III, Juan II y Enrique IV). Al final del reina­do de Enrique IV, la villa cae en manos de Gracián de Sesse señor ambicioso que se mueve en los litigios entre Isabel la Católica y la Beltraneja, lo cual trae consigo que el pueblo amotinado mate a Gracián de Sesse y que los Reyes Católicos entreguen la Villa con los lugares de Ahigal de los Aceiteros y Barba de Puerco (hoy Puerto Segu­ro) a los Duques de Alba, señores que fueron de esta villa hasta mediados del siglo XIX, época en la que cono­cimos la reforma de la torre del Homenaje, la fundación de dos conventos, y las guerras de secesión de Portugal y de la Independencia. Inicia el siglo XX en el más puro ostracismo.

Edita: Diputación de Salamanca en 1986
Texto: Francisco Gago Robles.

Veinte siglos de cocina en Barcelona

LA COCINA ROMANA
“... Et ostrífero addita super Barcino ponto.”
Y también Barcino, construida sobre el mar fecundo en ostras.
Decimus Maximus Ausonius. Epístola XXVII.

Desde el punto de vista de la alimentación humana, existen pocos datos anteriores a la conquista romana. Evidentemente, los primeros documentos hallados están escritos en griego y latín, si bien hemos de suponer que una cierta influencia fenicia aportó algo sobre esta cocina primaria, autóctona. Los geógrafos, naturalistas y hombres de letras griegos y latinos, se ocupan a menudo de Híspanla desde el punto de vista gastronómico, entre otros aspectos. Se habla del pescado, se cita aquella salsa para el pescado que es el garum, se loa el aceite, se elogian las ostras, se enaltecen los vinos y la riqueza de los trigales.
Entre nosotros ha desaparecido, por ejemplo, el cultivo de la ostra mediterránea que aún se conserva en el sur de Francia. El geógrafo griego Estrabón, que viajó por nuestras costas en el siglo I a. de J.C., subraya la importancia de las ostras de Barcelona y Tarragona. Dice Estrabón que la ciudad de Tarragona es una ciudad bien surtida de todas las cosas necesarias y no menos poblada de ilustres varones y parece que es digna de la residencia de los más ilustres emperadores. A continuación hace elogio de las conservas de la industria floreciente del salazón y de los moluscos de la región. Y se queja de que en aquel momento Tarragona no tuviera un puerto seguro.
Volviendo a las ostras de Tarragona, cinco siglos más tarde, Oribasio, célebre médico griego, todavía habla con elogio de la calidad de las ostras que vienen de las ostreras de Tarragona. Parece que el arte de criar ostras de los tarraconenses y de la gente de la costa de Levante se debía perder con la pesadilla que fue la invasión de los bárbaros.
De las comidas hispánicas, quien más habla es el poeta Marcial, nacido en Bílbilis, cerca de la actual Calatayud, en el extremo límite de la provincia Tarraconense. De hecho, es Marcial quien da más noticias sobre las comidas no tan sólo de la Tarraconense, sino también del resto de la Península. Hace elogio del aceite de Tarraco y en uno de sus epigramas dice que se puede colocar, sin desmerecimiento, entre los más sabrosos alimentos y lo considera mejor que el de Toscana y el de Istria. El mismo Marcial, hablando del jamón alaba el de Ceretania, es decir, el de la actual Cerdaña. No olvidemos que entonces en la península había cerdos en estado medio salvaje y en Cataluña, donde la vegetación boscosa era más abundante en robles y encinas que en pinos, los puercos gozaban, como en las Galias, de una bien ganada fama.
Así pues, no es extraño que en el epigrama LIV del libro XIII se haga elogio de este jamón:
Cerretana mihifiat uel missa licebit
de Menapis: lauti de petasone uorent
Que me sirvan pernil del país de los ceretaños
o que me lo envíen, tanto da,
del país de los Menapios; y que los
golosos devoren el pernil.
El país de los Menapios se sitúa en la orilla izquierda del Rin, no lejos de su desembocadura. Y en cuanto al jamón, debía ser semisalado, como se acostumbraba a preparar en aquella época en Roma.
Asimismo, Marcial habla de los vinos catalanes, es decir, del poderoso vino de Tarragona. En este mismo libro, núm. XIII, y en el epigrama CXVIII, leemos la afirmación de que el vino de Tarragona sólo era inferior al más fino de la Campania, es decir, al vino de Nápoles, que en aquella época era considerado el mejor:
Tarraco, Campano tantum cessura Lyateo, haec genuit Tuséis aemula nina cadis.
Tarraco, que sólo cederá ante los vinos de la Campania, ha producido este vino rival del de las botas de Etruria.
También Plinio el Viejo enaltece la calidad de los vinos de Tarragona, que pone al nivel de los vinos andaluces y de los de las Baleares (Naturae historiarum XIV, VIII, 71).
En toda la costa levantina de la península tuvo gran fama la salsa llamada garum, extraordinariamente apreciada en Roma. Los autores gastronómicos aún no se han puesto de acuerdo sobre su preparación. Según parece, era un líquido espeso, obtenido de la fermentación de la caballa en salmuera, y el más apreciado era el elaborado en el Mediterráneo. Hay quien pone por encima de todos al de Cartago Nova y otros, como el de Almuñécar, en la costa meridional. Aquel garum, hecho con caballa, tenía gran prestigio y se aplicaba a todos los platos, tanto de carne como de pescado, aunque resultaba más apropiado para acompañar a este último. Debía de ser una de esas salsas inglesas o americanas actuales, que parecen tener un sabor universal. Algunos autores coinciden en el hecho de que el garum provenía del Próximo Oriente y se debía confeccionar de muy diversas maneras.
Sobre el garum de Tarragona y Barcelona, se encuentra una mención importante en una carta que escribe Decimus Maximus Ausonius a su discípulo Paulino de Nola a Barcelona, es decir, Meropius Pontius Amicius Paulinos, nacido en Burdeos el año 355 y muerto en la Campania, donde era obispo, el 431. Fue Paulino, el discípulo amado de Ausonio, maestro de retórica y cónsul, se casó con una catalana, Terasia, se trasladó a Barcelona y recibió el bautismo en el 389. Se convirtió al cristianismo a instancias de su esposa y con un número reducido de personas se dirigió a Nola, la ciudad de la Campania, donde fue consagrado obispo el 409. Paulino fue uno de los grandes poetas cristianos de la época patrística y ha dejado más de treinta y cinco poemas. A su muerte fue santificado, pero cuando recibió esta carta era un amigo que intercambiaba regalos con su maestro, el gran poeta Ausonio. En la citada carta de Ausonio, que es la número 23 del epistolario, dándole las gracias por haberle enviado garum de la Tarraconense, que cita con el nombre que le daban los naturales del país que no hablaban latín: muña (hoy llamamos muría a una planta herbácea tormentosa y de hojas amarillentas), dice:
Qué bien me ha hecho que, sin haberme sido presentada, mi queja haya sido oída. ¡Oh, Paulino, hijo mío! Temiendo que el aceite que me habías enviado no me hubiese complacido, has reiterado tu obsequio y, añadiendo el aliño de la muria barcelonesa, has redondeado el presente. Pero tú no sabes que este nombre de muria, usado por el vulgo, yo no suelo ni puedo pronunciarlo. Aunque los hombres más sabios lo han oído, incluso los que vituperaron estos vocablos griegos, no tienen una forma latina para designar el garum. Por esto, sea cual sea el nombre de este licor de los aliados, llenaré mis platos y que éste, tan escatimado en la mesa de nuestros abuelos, rebose de las cucharas.
Notemos que Ausonio, supremamente aristocrático, como cónsul que era, llama al garum, licor de los aliados —garum sodorum— que era la forma más refinada de esta salsa. Se llamaba sodorum porque el mejor procedía de Cartago Nova, que estaba unida a Roma por un tratado de amistad y alianza.
También el trigo de la Tarraconense era famoso, por lo demás como todo el trigo de la península. Ahora bien, los literatos tan sólo hablan de los productos excepcionales que llegaban procedentes de nuestras costas a Roma: garums, trigos dorados, vinos maduros y opulentos, aceite verde-oro, espesos y suntuosos, ostras y almejas delicadas, y el maravilloso azafrán, tan apreciado.
Imaginamos que en las costas catalanas el pescado era muy importante, abundante en calidad y cantidad. Los viajeros griegos y romanos cuentan y no acaban, se entusiasman con la abundante producción de la pesca. Nuestro atún, suculento, el Faber, que es nuestro gallo de mar o gallos de San Pedro, de color gris verdoso, violáceo, con una mancha en el costado, y la morena que cita Aulio Gelio en sus Noches áticas. Las ostras, si bien muy pequeñas, no debían ser malas. Hasta Plinio el Viejo las elogia y dice que eran maravillosas. La ostricultura procedía de Roma y se arraigó sobre todo en Barcelona, con las magníficas posibilidades de sus aguas. En Italia parece que fue un patricio llamado Sergio Orata quien, imitando a los griegos de la isla de Lesbos, que habían imaginado los primeros cultivos de ostras, lo intentó en una finca que tenía cerca del lago Lucrino. Andando el tiempo comenzaron a cultivarse en Burdeos, en el estuario del Tajo, y en el Mediterráneo. No debían ser grandes centros de producción, y Oribasio, el médico griego que fue físico del emperador Juliano, habla de la calidad de las ostras que se encuentran en la costa poniente de Tarragona. Estos centros, como los barceloneses del Maresme, tuvieron un buen comercio que se perdió con la pesadilla que fue la llegada de los bárbaros visigodos.
En su libro de epístolas, el poeta Decimus Marcus Ausonius, que se encontraba cerca de Burdeos, escribía a su filial discípulo Paulino que vivía, como hemos dicho, en Barcelona:
Nunc tibí trans Alpes et marmoream Pyrenem
Caseareae Augustae domus Tyrrhenica propter
Tarraco et ostrífero super addita Barcino ponto.
Más allá de los Alpes y del Pirineo marmóreo,
se encuentra la casa de César Augusto; la tirrena
Tarraco está cerca y también Barcino, construida
sobre el mar fecundo en ostras
Así pues, Ausonio caracterizaba a Barcelona por este molusco. Digamos, de paso, que Tarragona es calificada de tirrena porque mira de una forma muy lejana y no demasiado aproximada hacia el mar Tirreno.
El pueblo debía comer de una forma muy parecida a la de la baja y hambrienta plebe romana: el típico hormigo de cebada o de mijo, las gachas de trigo cuando había suerte, las habas mediterráneas —sobre todo secas— y el hispánico garbanzo. Entre los romanos el garbanzo producía el mismo menosprecio que hoy entre los franceses y, en general, en todos los países europeos. En los suburbios de la Roma imperial dicen que se exhibía un esclavo cartaginés, con cara de definitivo idiota, hartándose de garbanzos y la gente se retorcía de risa tan sólo mirándole. Tampoco olvidemos que uno de los personajes más cómicos del teatro de Planto es el célebre «Pultafagónides», que significa exactamente el goloso de garbanzos.
Quiere la leyenda que el garbanzo fuera introducido en Hispania por el general púnico Asdrúbal quien, como no toleraba el ocio de su tropa, hizo que sus soldados practicasen la agricultura y cerca de Cartago Nova se comenzó a cultivar el garbanzo. En Cataluña, donde los soldados fenicios recalaron a menudo, también se cultivó.
Además de estos alimentos habituales, en las comarcas costeras debían comer pescado y salazones, que siempre nos han apasionado. El arte de la pesca provenía de los griegos, que se habían establecido en Ampurias, entre otros lugares, y que disponían con el golfo de Rosas de un prodigioso vivero de pescado. En el interior debía existir una incipiente ganadería, aparte de los animales silvestres, muy abundantes como sobre todo el omnipresente conejo.
Sabido es que el conejo está relacionado desde muy antiguo con nuestra Península. Arriesgándonos por los caminos siempre peligrosos de orígenes y etimologías, digamos que históricamente la descripción escrita del conejo se encuentra por primera vez en Europa en nuestra Península y que ya se han encontrado vestigios de este roedor en algunos restos paleolíticos. Es muy antigua la idea de que el conejo —según parece debida a Plinio el Viejo— da el nombre de Hispania; es decir, que la forma original latina de España viene de i-sepham-in, que en púnico quiere decir costa o isla de conejos. Puede ubicarse el origen del conejo, más o menos remoto, en el norte de África, desde donde pasó a Hispania y de aquí se extendió por el sur de Francia y, a través de las Galias, a Italia. El profesor Antonio García Bellido ha escrito un erudito trabajo sobre el conejo ibérico y opina que la palabra conejo proviene de una antigua raíz ibérica que da en latín cuniculus y en griego kynidos. De este cuniculus latín retorna la voz castellana conejo (o la catalana «conill») y el vocablo francés medieval «conil».
La plaga de conejos en la Península la mencionan todos los escritores antiguos. El poeta Cátulo alude, malicioso y resentido, a la cuniculosa Celtiberia, y esta expresión, nos duele decirlo, es de un infinito menosprecio. Se trata de un poema donde se refiere al romano de origen hispánico Egnatius, al cual su estimada y coqueta Lesbia insulta, llamándole hijo de la conejera Celtiberia y añade que dens Hibera defricatus urina, que es una acusación que se hacía en contra de nuestros remotísimos antepasados, diciendo que se limpiaban los dientes con orines. Esta pérfida ofensa la repite Cátulo en otros poemas. Consolémonos, en cambio, pensando que algunas medallas del emperador Adriano —como bien se sabe, de origen bético—, llevan también el conejo como símbolo.

Nestor Luján “Veinte siglos de cocina en Barcelona” De las ostras de Barcino a los restaurantes de hoy.

Productos de temporada en mayo

Verduras y hortalizas: guisantes, zanahorias, espárragos, alcachofas, berenjenas, pimientos verdes, calabacín, pepino, tomates, habas, cebollas blancas, espinacas, setas de primavera, patatas, rábanos, acederas, hierbas aromáticas.
Carnes y aves: Cordero, lechal, pollo, gallina, pato, codornices, pichones, pintada, conejo.
Pescados: Merluza, pescadilla, gambas, langosta, calamares, mejillones, rodaballo.
Frutas: Albaricoques, cerezas, melocotones blancos, ciruelas, fresas, frambuesas, grosellas, limas, almendras frescas.

La Naturaleza en mayo

Ahora, la Naturaleza ofrece a nuestra consideración:

- Florecen las pasionarias.
- En otros tiempos, se cazaban fieras y otras alimañas hasta primeros de agosto. Hoy se encuentran protegidas.
- Pare la loba su camada anual.
- Se aparea el ganado.
- Nacen los primeros cervatillos y paren las cabras montesas.
- El “foxino” devora parte de las puestas de la trucha.
- Se siembran en la mayoría de las regiones el maíz y las alubias y se trasplanta el tomate y el pimiento.
- Florece la serapia.
- Los pavos y las gallinas de agua tienen polluelos.
- Incuban sus huevos las lavanderas.
- Desovan los barbos.
- El esturión sube los ríos para desovar.
- Revolotean atolondrados los capricornios.
- Florecen las amapolas y los robles.
- Ponen las carpas y frezan los atunes.
- Aparecen por todas partes escarabajos y mariposas.
- Canta el cuco, anuncio vanguardista del jolgorio universal que es la primavera.
- Nacen los ciervos.
- Las bestias buscan la sombra.
- Las grullas vuelven a las islas.
- Cantan sin cesar los ruiseñores.
- Paren los erizos.
- Ponen sus huevos las culebras.
- Comienza el periodo reproductor de la rana ibérica.
- Emigran los jureles.
- Nacen los rebecos.
- Florecen las zarzas.

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