El perro de
ellos amblaba por un banco de arena que se achicaba, trotando, husmeando
por todas partes. Buscando algo perdido en una vida anterior.
Repentinamente salió corriendo como una liebre saltarina, las orejas
echadas atrás, persiguiendo la sombra de una gaviota en vuelo raso. El
silbido agudo del hombre llegó a sus orejas lacias. Se volvió, regresó
saltando, se acercó, trotó sobre sus patas resplandecientes. En un campo
de gules un cheurón, pasante, al natural, descomado. En la blonda del agua
se detuvo con patas delanteras tiesas, orejas apuntando al mar. El hocico
alzado ladraba al ruido del mar, bandadas de morsas marinas. Serpenteaban
hasta sus patas, rizándose, desenredando muchas crestas, cada nueve,
rompiéndose, salpicando, desde lejos, desde aún más lejos, olas y olas.
James Joyce
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