«Con medio kilo de vaca
y diez céntimos de hueso,
un cuarterón de tocino,
un buen chorizo extremeño
y garbanzos arrugados
que ensanchan en el puchero
sale en mi casa un cocido
que nos chupamos los dedos.
Cuando llega la matanza
se compra hocico de puerco
y echo un cuarto de gallina
si hay en casa algún enfermo.
Solemos tomar de sopa
arroz, sémola o fideos;
si es de pan, con hierbabuena:
los macarrones con queso.
Nunca en su tiempo perdono
los nabos foncarraleros,
las judías de La Granja
y los cardillos más tiernos.
Mi ensalada es de escarola,
de lechuga o de pimientos:
el gazpacho muy sencillo,
con poco pan y muy fresco.
Mis postres no son de lujo;
torrijas; miel, higos secos,
albillo dulce en otoño
y uvas de cuelga en invierno.
Con cebolletas y rábanos
mi mesa a veces refuerzo
y aceitunas de Pastrana
que yo mismo me aderezo.
En fin, me gustan, y acabo
el pan blanco recién hecho,
mantel limpio los domingos
y Valdepeñas del bueno.
Así comieron en casa
mis padres y mis abuelos;
como es sana la comida
todos morimos de viejos.
Cuando quiera usted probarla
a las doce la ponemos,
que a la española se come
el cocido madrileño.
Téngame usté, por un amigo,
Joaquín García Cornejo,
fábrica de mariposas
en la calle de Toledo».
Del “Cocido madrileño” De José Fernández
Bremón poeta del siglo XIX
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