Este Chán (con tilde la que lleva
Sebastián) contaba que para cazar conejos lo mejor era poner una raspa de
bacalao portugués atado con una cuerda a la albarda del burro y llevar la dicha
raspa arrastrando por el suelo a lo largo de los caminos en las tardes secas
de verano y otoño cuando de las faenas del campo volvía a casa. Antes de llegar
a las fuentes que rodean al pueblo, como los romanos a Numancia, a saber: la
fuente del Camino Arriba, la fuente del Camino Abajo, la fuente del Caño Roto,
la de la Lastra, la del Camino a Portugal, la del tío Melecio, o la del Arrabal
sólo tenía que parar y bajar de la caballería preparar el costal con la boca
bien abierta, meter la raspa dentro ya que los conejos, liebres y otros seres
comedores de las hierbas de monte bajo como si fueran en procesión o romería
iban entrando y allí se quedaban ya que una vez lleno sólo tenía que asegurar
la boca con un cordel. “Madre, diga usted si miento”. También y por abreviar
las miles de historias que causaban regocijo entre los oyentes comentaba que el
mejor método para cazar perdices era con pimienta molida y granos de trigo: en
un fardel llevaba siempre granos de trigo con pimienta negra molida y cuando llegaba
a los campos donde las perdices se contaban por cientos sólo tenía que poner unos cuantos granos
del cereal junto a unas piedras de las que abundaban por allí de tal manera que
las perdices cuando comían un grano con el picor de la pimienta estornudaban
y sin remedio daban con su pico y cabeza contra las piedras con lo que
suficientemente desorientadas era fácil cogerlas por el cuello y al morral.
Volvía siempre a su letanía: “Madre, diga usted si miento”. La madre, asentía y
callaba. Según mi padre, las pocas veces que comió en casa de su tía y primo
jamás hubo otra vianda que patatas con bacalao, patatas con verduras o huevos
estrellados con patatas. Las patatas de aquella casa debían contener alguna
sustancia que se trastocaban en conejos o perdices a conveniencia.
El gallo de Caifás
Alguna vez he comentado que algunos gallos son descendientes
directos de aquel que tuvo al pobre de san Pedro pesaroso el resto de su vida
por mor de unas negaciones de las que ya había sido avisado: “¡No conozco al
hombre! Y en seguida cantó el gallo.” (Mateo 26:74) Ya que estaban en casa de
Caifás el gallo debía de ser suyo. A partir de aquel momento para el bueno de
san Pedro oír cantar un gallo era como para los millones de trasnochadores, por
mor de la programación de las televisiones, escuchar el despertador un lunes,
martes, miércoles… por la mañana a cualquier hora. Lo más lógico es que a los
despertadores los hubieran apodado gallos de Caifás con lo que se conseguían
varias cosas: no tener mala conciencia cuando lo convirtiéramos en caldo y maldecir,
con fundamento, a un individuo traidor y alevoso como cualquier buen
despertador que se precie.
Madre, diga usted si miento (1)
En todas las familias, por muy
cortas que sean, siempre hay alguien que le sobra fantasía y que encuentran oyentes
en cualquier lugar. Tuvo mi padre un primo o tío, carnal al parecer, que jamás
usó de escopeta ni cualquier otra arma de fuego porque el maestro le había
dicho que las armas las carga el diablo y él con el diablo no quería tener nada
que ver; de hecho se pasó toda la vida opositando para sacristán, oficio al que
no pudo acceder por un su abuelo algo ateo o descreído según entonces abundaba
la fama. Pero las historias que Chán, o Sebastián, contaba eran muy otras ya
que presumía de haber sido el mejor cazador de piezas menudas de la comarca:
conejos a cientos, perdices sin cuento, palomas torcaces, tordos, gorriones,
codornices, erizos, lagartos, ranas, sardas, anguilas, angulas, barbos, tencas,
salmones y en años de necesidad, primero los gatos y después los perros pero
nunca las ratas a nadie explicó tamaña discriminación. Si su madre estaba
presente, siempre con el salmo en los labios: “Madre, diga usted si miento”. La
madre, asentía y callaba.
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