“Entonces, ¿qué diferencia hay entre tú, el sabio, y yo, el necio, si ambos queremos poseer?”.

“Entonces, ¿qué diferencia hay entre tú, el sabio, y yo, el necio, si ambos queremos poseer?”. Muchísima: pues las riquezas en casa del sabio están al servicio, en casa del necio, al mando; el sabio nada permite a las riquezas, a vosotros las riquezas, todo; vosotros, como si alguien os hubiera garantizado su posesión de por vida, os habituáis y apegáis a ellas, el sabio medita sobre la pobreza precisamente cuando está rodeado de riquezas. Nunca un general se fía tanto de la paz que no se prepare para una guerra que, aunque no se emprenda, está declarada; a vosotros una hermosa casa, como si no pudiera arder ni derrumbarse, os vuelve presuntuosos, a vosotros los caudales, como si se zafaran de cualquier peligro y a vuestros ojos fueran demasiado grandes para que la suerte tuviera fuerzas suficientes para agotarlos, os dejan estupefactos. Jugáis ociosos con las riquezas y no prevéis su peligro, tal como las más de las veces los bárbaros asediados y ajenos a las máquinas de guerra contemplan con pasividad el trabajo de los sitiadores y no entienden a qué viene aquello que a lo lejos están montando. Lo mismo os ocurre a vosotros: languidecéis entre vuestras pertenencias y no pensáis cuántos desastres las amenazan por todas partes, dispuestos a llevarse inmediatamente unos valiosos despojos. Quienquiera que arrebate las riquezas de un sabio le dejará todos sus bienes; pues vive contento con los presentes, indiferente respecto a lo por venir.

Lucio Anneo Séneca, el Joven
Diálogos: Sobre la vida feliz


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